Época: Castilla Baja Edad Media
Inicio: Año 1369
Fin: Año 1379

Antecedente:
Castilla se abre al Atlántico
Siguientes:
El reinado de Juan I
El reinado de Enrique III
La pleamar de las Cortes
El ascenso de la nobleza
Auge ganadero y estancamiento agrícola
Ruptura de la convivencia cristiano-judaica
Castilla y el Cisma de Occidente

(C) Julio Valdeón Baruque



Comentario

El establecimiento de la dinastía Trastámara en Castilla fue algo más que un mero cambio de una familia reinante por otra. Ciertamente, Enrique II tuvo que hacer concesiones a la nobleza que le ayudó a derrotar a Pedro I. Pero al mismo tiempo impulsó el desarrollo de instituciones centralizadas de gobierno, tarea en la que le siguieron sus sucesores. Por lo demás, las últimas décadas del siglo XIV conocieron los momentos de máxima vitalidad de las Cortes castellano-leonesas. En otro orden de cosas, Castilla alcanzó en las últimas décadas del siglo XIV una notable proyección internacional, tanto en el marco peninsular como en el europeo.
Enrique II (1369-1379) no perdió ocasión de fortalecer el poder regio, para lo cual una tarea inminente consistía en desarrollar los órganos de gobierno de la administración central. Con el ordenamiento sobre administración de justicia, emanado de las Cortes de Toro del año 1371, se dio el primer paso, al decidirse la creación de un órgano supremo de la administración de justicia, la Audiencia.

Ciertamente la institución no se construía en el vacío, toda vez que tenía sus precedentes en reinados anteriores, pero era Enrique II el que, de forma indiscutible, la organizaba y la sistematizaba. La Audiencia, integrada en un principio por siete oidores, acompañaba al rey en sus desplazamientos. Años más tarde, en 1387, se elevaría a diez el número de oidores, al tiempo que se fijaban cuatro sedes para el funcionamiento, con carácter periódico, de dicho tribunal. En 1390 se acordó instalar la Audiencia en Segovia. Pero en 1442 se fijó su sede en Valladolid, en donde arraigó definitivamente.

Enrique II había sido aupado al trono, en buena medida, por la alta nobleza. Ahora bien, dentro de la corte era preciso distinguir dos sectores nobiliarios; por una parte, la nobleza integrada por los parientes del rey, los denominados epígonos Trastámaras, de los cuales era prototipo Alfonso Enríquez, un bastardo de Enrique II que llegó a ser conde de Noreña; por otra, la nobleza de servicio, compuesta por personas adictas al nuevo monarca, como los Fernández de Velasco, los Mendoza, los Alvarez de Toledo, etcétera. Enrique II se apoyó básicamente en estos últimos, a los que concedió los principales puestos en el gobierno. Por lo demás al morir su hermano Tello, que había ostentado el señorío de Vizcaya, decidió otorgar dicho título al heredero del trono, su hijo Juan, lo que significaba su integración en la Corona. Ahora bien, la estrecha conexión con la nobleza no fue óbice para que Enrique II buscara el diálogo con los estamentos del reino, lo que explica que acudiera con frecuencia a la convocatoria de Cortes, hecho que contrastaba con la política seguida en ese terreno por su antecesor y rival Pedro I.

Los comienzos del reinado de Enrique II fueron difíciles, no sólo por la subsistencia de algunos focos partidarios de Pedro I, sino también por la hostilidad de los otros reinos peninsulares. Particularmente enérgica era la actitud de Aragón, que reivindicaba la entrega de Murcia, compromiso no satisfecho por Enrique. El primer Trastámara, no obstante, fue salvando los escollos. En 1373 firmó la paz con Portugal y con Navarra. En 1375 el tratado de Almazán ponía fin a las discordias con Pedro IV de Aragón. Castilla recuperó comarcas que se habían pasado a la obediencia aragonesa, como el señorío de Molina, y al mismo tiempo se acordó el matrimonio del heredero de Enrique II, el príncipe Juan, con una hija del Ceremonioso, Leonor. A raíz de aquella paz, la hegemonía de la Corona de Castilla en el concierto de los reinos cristianos peninsulares parecía incuestionable. En el terreno internacional, la alianza de Castilla con Francia derivó en la participación de aquella en la guerra de los Cien Años, una vez que se reanudó el conflicto. Así las cosas, la Marina de Castilla, aliada a la flota francesa, obtuvo un resonante éxito frente a los ingleses en La Rochela (1372). Poco tiempo después el almirante castellano Fernán Sánchez de Tovar saqueaba la isla de Wight y la costa sur de Inglaterra. La fuerza naval de Castilla había quedado plenamente demostrada.